El respeto a la vida...

La vida es un don de Dios. Él la da y, cuando Él quiere, la quita.

Desde tiempos remotos Dios ha dado mandamientos a través de los cuales procura preservar la vida del hombre.

El homicidio. Muerte causada a una persona por otra, esp. la ejecutada ilegítimamente y con violencia.

El no matarás (Éxodo 20:13) es, sin duda alguna, el mandamiento más claro de que Dios quiere que el hombre respete la vida: la ajena, pero también la propia.

El homicidio es el delito más común contra la vida humana. Además de la legislación bíblica, la mayoría de las legislaciones del mundo sancionan este delito con penas privativas de libertad. La legislación de Dios va mucho más allá que la humana, pues Él no únicamente prohíbe el homicidio, sino que elimina, por medio del amor, las causas que pueden orillar al hombre a cometerlo:

La ira (la cual no obra la justicia de Dios).
La venganza (la cual le pertenece únicamente a Dios).
El odio (sentimiento que se anida en un corazón vacío del amor de Dios)
La embriaguez (bajo cuyo efecto miles de personas han privado de la vida a sus semejantes)

Esta ordenanza divina deja en claro que Dios ha estado siempre en contra cualquier práctica que constituya un atentado contra la vida del hombre.

Suicidio, acción de quitarse la vida de forma voluntaria. El suicidio aparece en todas las sociedades desde los tiempos más remotos. Sin embargo, a lo largo de la historia ha variado la actitud de la sociedad hacia este acto, sus formas y su frecuencia.

En la Iglesia La Luz del Mundo esta práctica es inexistente, pues no se tiene memoria de ningún hermano que haya recurrido a él.

La muerte voluntaria se produce, a menudo, para escapar de circunstancias dolorosas. La causa más frecuente es la percepción por parte de la persona de que la vida es tan dolorosa que sólo la muerte puede proporcionarle alivio. La pérdida de un ser querido, los dolores crónicos, físicos o emocionales pueden producir una sensación de incapacidad para cambiar las circunstancias de la vida y un sentimiento general de desesperanza ante cualquier cambio, lo que lleva a un callejón sin salida donde el hombre llega a pensar que la muerte es la única solución.

El problema en sí no es el suicidio, sino las causas que orillan al hombre a tomar la puerta fácil. El hombre sin Cristo no tiene razones para vivir, por eso recurre al suicidio; muchos hombres sin Cristo suelen caer en una fuerte depresión, pensando que su vida no vale nada, y que él a nadie le importa, por eso muchos recurren al suicidio; el hombre sin Cristo se ve superado por problemas como el desempleo, la enfermedad, el desamor, etcétera, por eso muchos recurren al suicidio. La presencia de Cristo en nuestra alma levanta nuestra autoestima, permitiéndonos afrontar los problemas de la vida de una forma diferente.

Hay otras formas por medio de las cuales el hombre atenta contra su vida y contra la de los demás.

Aborto (el aborto puede ser espontáneo o inducido).

El aborto espontáneo puede causarlo una alteración del desarrollo del embrión, o alteraciones en el entorno materno. El aborto inducido es la interrupción deliberada (con intención, adrede) del embarazo mediante la extracción del feto de la cavidad uterina. Es una acción que no sólo atenta contra la vida del bebé, sino también contra la vida de la mujer.

Eutanasia, es la muerte provocada por propia voluntad y sin sufrimiento físico, en un enfermo incurable, a fin de evitarle una muerte dolorosa, y la práctica consistente en administrar las drogas, fármacos u otras sustancias que alivien el dolor, aunque con ello se abrevie su vida. Si la eutanasia se practica sin el consentimiento del enfermo o desahuciado, se consideran delito de homicidio; si se lleva a cabo con consentimiento, se considera delito de auxilio al suicidio.

Hay muchas prácticas que son muy usuales, pero que van matando gradualmente al hombre: